domingo, 4 de enero de 2015

EL HOMBRE QUE PUSO NOMBRE A LAS NUBES

 
En noviembre de 1772 nace en la ciudad de Londres Luke Howard, primogénito de Elizabeth y Robert Howard. Fue enviado a estudiar a una gran escuela primaria situada en Burford, cerca de Oxford y desde muy niño se sintió atraído por la naturaleza y el clima. Su fascinación por las nubes surgió en 1783 debido a los increíbles cielos que se presentaron en aquel año, fruto de las erupciones volcánicas que tuvieron lugar en Islandia y Japón. Además de aquella capa de ceniza volcánica suspendida en la atmósfera, un gran meteorito cruzó el cielo de la Europa Occidental en la noche del 18 de agosto de 1783. Howard, con tan sólo 11 años pudo contemplarlo, y aquel espectáculo no hizo sino afianzar aún más su pasión por la naturaleza.

 Luke Howard creía que todas las nubes pertenecían a tres grupos:
  • Cumulus (cúmulo o montón en latín): Montones convexos o cónicos, incrementándose hacia arriba desde una base horizontal.
  • Stratus (estrato o capa en latín): Una capa horizontal ampliamente extendida, incrementándose desde abajo.
  • Cirrus (rizo o bucle en latín): Fibras paralelas y flexibles, que pueden extenderse en una o varias direcciones.
Para denotar una nube en el acto de condensarse en lluvia, granizo o nieve, añadió una cuarta categoría.

  • Nimbus (lluvia en latín): Una nube de lluvia o sistema de nubes desde el cual está cayendo lluvia.


Las nubes también pueden alterar su forma y conjuntarse, en combinaciones como Cumulo-stratus, Cirro-cumulus y Cirro-stratus. Posteriormente, algunas formas recibieron nombres para designar su "especie", como: Cumulus congestus, Cirrus uncinus, Stratus nebulosus. El trabajo de Luke Howard impresionó a aquellos interesados en el cielo y su sistema de clasificación fue aceptado rápidamente en Gran Bretaña y otros países. 
 
En reconocimiento a sus contribuciones a la meteorología, la Real Sociedad eligió como socio al meteorólogo aficionado Luke Howard en 1821. Se unió a la Sociedad Meteorológica Británica en 1850.



Sin embargo la gran cuestión era saber si había el mismo tipo de nubes en el conjunto del planeta. Para ello, el meteorólogo británico Abercromby realizó la vuelta al mundo en 1887, cincuenta años después de que lo hiciese Darwin para los animales, y constató que las nubes eran las mismas en todo el mundo. La clasificación realizada por Howard fué modificada ligeramente y se recomendó en la Conferencia Internacional de Munich, en 1891. El primera Atlas Internacional de Nubes, colección de forografías y descripciones de nubes, vio la luz en 1896. Y, a partir de ése momento sirvió como referencia para todos los servicios meteorológicos.